Saweto es un nombre que resuena a tragedia. Más de siete años después del asesinato de sus líderes, la comunidad tiene abiertas aún muchas heridas. La Mula Verde visitó la cuenca del Tamaya y reconoció la realidad de esta emblemática comunidad asháninka.
Hace más de 7 años, una comunidad conocida apenas por los reclamos de sus líderes, que aspiraban a titular su territorio, dio un penoso salto a la fama. Alto Tamaya Saweto, una comunidad Asháninka en la frontera con Brasil, alejada a más de 14 horas en bote desde Pucallpa, si es que el río tiene suficiente agua, se tornó en el centro de la atención mundial, al descubrirse el asesinato de 4 de sus principales líderes.
La cobertura recibida de la prensa nacional devino en una ola de indignación nacional e internacional. La muerte de Edwin Chota y sus compañeros, enlutó la Amazonía, trayendo luz sobre el drama que cientos de comunidades y miles de indígenas de la Amazonía peruana, incluso en la actualidad, viven diariamente. Chota encabezó por años las gestiones para la titulación de su comunidad, y denunciaba constantemente las amenazas a su territorio por parte de madereros y delincuentes. Su muerte fue narrada como la consecuencia directa de la indiferencia.
Alto Tamaya Saweto, o simplemente Saweto, como se le conoce localmente, fue finalmente titulada, y en honor a los caídos, hasta un importante proyecto de la cooperación internacional para titular tierras indígenas tomó su nombre. Con los años, las visitas de autoridades, los reclamos airados de otros líderes indígenas, el llanto de los huérfanos y las viudas, incluso el miedo profundo que sobrevivió a Edwin Chota, Leoncio Quintisima Melendez, Jorge Ríos y Francisco Pinedo, se fue ocultando detrás de las purmas, de los rebrotes de los árboles cortados, detrás de las huellas que deja la lluvia en la tierra.
Una de las últimas promesas del Estado fue hacerse realmente presente en la zona. Así, el año 2019, cinco años luego de las muertes, bajo la gestión del presidente Vizcarra, se inauguró un Tambo, esos módulos multiuso que pretenden brindarle a la población rural un espacio de coordinación, en el que se faciliten las gestiones que cualquier ciudadano requiere realizar con regularidad. Pero más allá del resarcimiento oficial, las heridas abiertas en Saweto aún duelen y siguen envenenadas por la indiferencia y el abandono.
“Ya no hay hombres, casi…”
Saweto está en Ucayali, en el distrito de Masisea, en la cuenca del río Tamaya, y su centro poblado principal está en la confluencia de los ríos Tamaya, Putaya y el Shahuaya. A un día de caminata, quizás dos, atravesando bosques y quebradas, se halla la frontera entre el Perú y Brasil. Llegar a Saweto es casi una hazaña. Demoras unas 14 horas desde Pucallpa, cuando las condiciones del río son óptimas y tienes un buen motor fuera de borda, sin embargo, la mayoría del año, la travesía demanda hasta 4 días de navegación por el bajo caudal del Tamaya. A pesar de los días de navegación y lo pesado del trajín, el viaje vale la pena.
Caminar por Saweto permite sentir una tranquilidad tremenda. Como en un cuento, las travesuras de los niños tienen como música de fondo los cantos de las aves. El verde de los bosques, el sol brillante pero no abrazador de un febrero lluvioso y a veces el saludo de algún poblador, atareado por sus faenas diarias, son parte de una mañana cualquiera. Casitas tradicionales distantes, algunas más modernas y occidentales, levantadas por los foráneos que construyeron el Tambo estatal, completan el paisaje de un pueblo bucólico y distante. Sin embargo, uno no demora en notar que algo no encaja, que algo falta en el paisaje. Es que en Saweto casi no hay hombres adultos ni jóvenes.
Lita Rojas Pinedo, una de las viudas del horrible suceso de hace 7 años, es la presidenta de la comunidad. El resto de su junta directiva está compuesta por dos varones y tres mujeres. Esto en sí mismo es un hecho poquísimas veces visto en las comunidades nativas de nuestra selva. “Los hombres se han ido, trabajan en la madera, en las empresas, ya no se quedan en la comunidad”, nos dice con una sonrisa, mientras recorremos uno de los caminitos que cruza el poblado. “Escúchame… cuando pasó los asesinatos, muchos tenían miedo, no querían quedarse. Los jóvenes han crecido y dicen ¿dónde vamos a trabajar, de qué vamos a vivir? Mejor nos vamos para trabajar…” Así, los últimos años la comunidad se ha ido despoblando. Los jóvenes que pueden salen a estudiar a Pucallpa, o se van a Brasil, donde pueden vivir sin miedo a los madereros y a los narcos. Otros, sin mayor pena, se ven enrolados en los negocios ilegales de la zona. Es como si Saweto viviera en una eterna guerra, donde los jóvenes son la cuota que debe pagar la comunidad para mantenerse, para sobrevivir, aun sacrificando sus sueños y sus esperanzas.
Estefania tiene 24 años y es la secretaria de la Directiva Comunal. Es de las pocas que lee y escribe con alguna solvencia. Ella, con sus dos hijos, fruto de su unión con Antonio, mira con incertidumbre el futuro. Su esposo se dedica a talar y vender bolaina, un árbol cuya madera es muy requerida en Pucallpa, para enfrentar los gastos de la familia. Sin mercado para lo que pueden producir sus chacras, la única opción de tener dinero, es vender madera. Estefania no quiere acompañar a su marido en los viajes, como hacen muchas mujeres de la comunidad. “Se sufre en el monte, volteando (arrastrando) la madera. Y mis niños, quién me los cuida… triste es estar días en el río, con el sol, con la lluvia… yo prefiero quedar, cuidar acá a los chicos para que vayan al colegio…”
“Por el río se va la riqueza del bosque”
La ruta hacia Saweto no es solo larga y exhausta. A lo largo del Tamaya, se observan numerosos poblados, muchos de ellos de mestizos, además de los campamentos de las empresas forestales, titulares de las concesiones madereras otorgadas por el Gobierno Regional de Ucayali. En el viaje a Saweto contamos más de 50 boyas de madera, además de dos barcazas enormes, plenas de troncos con las placas plateadas, que las identifican como presuntamente legales. La legalidad es una cosa singular en el negocio forestal. Sin embargo, muchas de las boyas son de maderas acarreadas por pobladores locales, mestizos e indígenas, que ahogados por la falta de recursos, se dedican a la tala ilegal de madera.
Según testimonios de algunos lugareños, el control forestal en Puerto Alegre, en la parte baja de la cuenca es benevolente con estos cargamentos de madera menuda y de poco valor, apenas unos cientos de dólares, comparados con los millonarios embarques de las empresas concesionarias. Saben que es el pan de la gente y que sin ese ingreso, muchos no comen.
La cuenca del Tamaya es una de las cuencas de mayor producción forestal. La superficie concesionada para actividades forestales suma más de 885,000 hectáreas en toda la cuenca del río Tamaya y sus afluentes. Solo para darse una idea, la cuenca completa del Tamaya equivale a 4 veces toda Lima Metropolitana.
Son 50 concesiones forestales las que operan legalmente en la zona, además de las comunidades nativas que cuentan con permisos de extracción forestal. La mano de obra no siempre es local, pero representa un imán poderoso para los jóvenes indígenas locales y otros venidos de lejos, que no encuentran fuentes de ingreso accesibles.
Los caseríos de la ruta hacia Saweto son ocupados por mestizos venidos de diversas zonas del país. Algunos caseríos muestran orgullosos hatos de ganado vacuno, que sin ningún empacho van poco a poco devorándose el bosque entero. Pero mientras los botes se adentran más en la cuenca, la vida se hace más dura, con una economía casi de supervivencia, castigada por la lejanía, por los fletes implacables que impone una zona tan lejana a las ciudades y pueblos principales.
Nuestro motorista, Carlos, antiguo maderero y montaraz, tiene un brillo raro en la mirada, que no deja de contar los cargamentos de madera que vemos en el río. “Pobre bosque el Tamaya, ya le han sacado el jugo… toda la riqueza del monte se escurre con la creciente, toda la riqueza se va con el río… y para la gente de acá, nada. Una tristeza vivir por acá” sentencia, mientras mastica alguna golosina.
Putaya, ubicada casi al frente de Saweto, donde se ubica el único puesto policial de la zona, es un pueblo mestizo, base de madereros y según cuentan, de otros negocios. Su población, más brasileña que peruana, se ha adaptado a la lejanía. De manera sencilla, sobrevive y reluce en medio de quienes obtienen del bosque algo más que madera. Otro poblado, Noaya, ubicado a mitad de camino entre Pucallpa y Saweto, destila prosperidad. Rostros adustos, desconfiados, definitivamente no amazónicos, nos observaron con fiereza en la parada que hicimos allí para abastecernos de galletas y unas bebidas. Un cartel de “se alquila internet”, estantes más surtidos que el de la mayoría de tiendas en Pucallpa, y las docenas de cajas de cerveza completan el decorado de un negocio boyante, en una zona donde solo la madera y los negocios ilegales como el narcotráfico pueden prosperar.
Segundo, un poblador de un caserío llamado Jacaya, relativamente cerca de Saweto, solo lamenta la ausencia de clientes en el pequeño bar improvisado que ha armado en su casa. “Acá estamos jodidos, ya no nos dejan sacar madera y nosotros tenemos igual derecho que las empresas. Como somos pequeños extractores no nos dan permisos. Queremos un bosque local, algo que nos ayude a tener economía”. La charla se suspende ya que un trío de parroquianos, fabricantes de escobas de fibra de palmeras, demandan su atención. Van más de 250 soles en cerveza y el descanso de la tarde ya se ha transformado para ellos en una alegre borrachera. Al invitarme un trago, me invitaron a su casa, apenas a una hora río arriba, como yendo a Saweto o Putaya. Lo raro no es la invitación, sino el despliegue de fondos para una pequeña celebración, que de acuerdo a lo que nos contó Segundo, se repite con mucha regularidad. El negocio de las escobas debe ser muy rentable.
La atención recibida por Saweto trajo el apoyo de varias entidades nacionales e internacionales. La oenegé ProPurús estuvo desde antes de los asesinatos, apoyando en lo posible la titulación de la tierras y de hecho, había logrado el inicio de los procesos de titulación de 3 comunidades nativas de la cuenca del Tamaya. Posteriormente, Saweto empezó a recibir el apoyo de la onegé Rainforest Foundation US (RFUS). Con la muerte de los líderes comunales, RFUS asumió la defensa legal de la comunidad y el juicio contra los presuntos culpables: madereros de Putaya que tenían en la mira a la comunidad desde hacía varios años.
Una de las hijas de los asesinados, Diana Ríos, de manera valiente asumió la vocería de la comunidad. Se convirtió en la imagen de Saweto y llevó la voz de las viudas y demás deudos a Pucallpa, a Lima y luego por medio mundo. Diana desde esos momentos vive en Pucallpa y, según la población de la comunidad, no regresa a su hogar. En algunos momentos, Diana públicamente ha declarado que se siente amenazada en Saweto, y es muy probable que sea cierto. Sin embargo, la comunidad resiente su ausencia y la carencia de comunicación con la familia que ha dejado detrás. “Diana no nos informa, no cuenta qué está pasando… al menos que nos llame, que nos diga qué pasa… nosotros no sabemos. A veces llamamos y no nos contesta, no sé qué será”, indica Lita, con el asentimiento de los demás comuneros.
ProPurús ha vuelto a Saweto, llevando capacitación para los comuneros, aunque debería decir para las comuneras, quienes están por conformar un comité de vigilancia comunitaria, una organización para poder cuidar su territorio y sus bosques. Se les ha instalado una antena de internet ya que el Tambo estatal está averiado hace varios meses, sin respuesta para su reparación. Apiwtxa, la asociación asháninka hermana de Brasil, les apoya ahora con un bote. La representante de RFUS, Margoth Quispe, nos indicó que la institución sigue preocupada por la defensa legal de los deudos y que pronto apoyaría con un tema de vigilancia satelital de los territorios. Parece que los tiempos cambian, aun en Saweto.
Lita y sus compañeras han comprobado como los madereros y otros invasores siguen dañando sus bosques, siguen ingresando en sus tierras. Un ganadero mestizo de Putaya usa las tierras comunales para sus fines y se ampara en la “buena vecindad”, ante los reclamos de la gente de Saweto. La policía de Putaya no actúa, no se compromete.
La amenaza de la carretera Nueva Italia Yurúa afecta el límite sur de la comunidad y los traficantes de tierras saben que sin medios de vigilancia y presencia efectiva en ese sector por parte de la población de Saweto, la invasión será fácil y sin resistencia. Antami y Sawawo, al igual que Apiwtxa, cercanas y colindantes con Saweto, saben que si cae Saweto, la región podría darse por perdida. Se está planteando una carretera cercana al límite norte de Saweto. Este es otro intento poco conocido de una carretera para hermanar fronteras entre Brasil y Perú, justo por el camino que los Asháninka de Saweto usan para visitar a sus hermanos de Apiwtxa en Brasil. El mismo camino donde asesinaron a los cuatro líderes.
“Al menos quedaremos puras mujeres acá. No nos vamos a ir. Escúchame, acá quedaremos… nuestra casa, nuestra tierra es Saweto. A dónde voy a ir, a dónde voy a comer en Pucallpa. Estamos para defender territorio, de nuestros hijos ha de ser. Un día van a regresar y acá estará su tierra esperándolos”. La voz y la sonrisa de Lita embellecen el bosque, que esa tarde lluviosa suspira con un poquito de esperanza.
Foto de portada. El Tambo de la comunidad.