En la Amazonía de Junín, en Huánuco, Ucayali y Loreto, la situación de violencia contra los indígenas se vuelve insostenible. Los indígenas, al parecer, preparan ya su propia respuesta.
Hace apenas dos semanas, el 13 de mayo, una comisión ministerial llegó a Pucallpa para entablar un diálogo con los principales dirigentes indígenas de la región Ucayali. El motivo era socializar el Mecanismo Intersectorial de Protección de Defensores de Derechos Humanos, aprobado poco antes por el Estado Peruano.
El diálogo sirvió para que los indígenas, una vez más liderados por Berlin Diques de ORAU, Lizardo Cauper de AIDESEP y numerosos representantes de varios pueblos de la región mostraran sus principales problemas ante cuatro ministros de Estado (Justicia, Interior, Ambiente y Mujer), así como viceministros representantes de los ministerios de Cultura y Desarrollo Agrario. El diálogo, crudo y directo, mostró los álgidos problemas que enfrentan los líderes indígenas, así como la relación poca colaborativa que tienen en campo las comunidades con las autoridades locales de todo tipo.
Mientras se daba la reunión, afuera en la calle, medio centenar de indígenas esperaban los acuerdos y las decisiones a las que se arribaría con la reunión. El ansia por saber cuál iba a ser el desenlace de tan importante reunión era enorme. Gente con pancartas, venida de diversas partes de la región, tenía en el pecho ese nudo del grito que no se escucha y que solo se aguanta como cuando se contiene el llanto. Un grupo en especial estaba atento a las decisiones, a las promesas, a los mensajes que podrían salir de esa sala de hotel de Pucallpa. Los cacataibo de Padre Abad, el pueblo cuyos hijos están siendo asesinados, estaban atentos a todo. La razón iba más allá de las palabras de los ministros: la decisión de entablar una guerra, abierta y sin cuartel, estaba en esos momentos, en la balanza.
NO VAMOS A PERMITIR MÁS MUERTES
Una semana antes, el 8 de mayo, los principales líderes cacataibo se reunieron en una ceremonia discreta pero significativa. Los líderes de ORAU en pleno, los de FENACOCA y sus principales guerreros se unieron. La reunión no fue sólo estratégica, también simbólica. Además de una discusión interna, a la que no tuvimos acceso, los líderes reunidos hablaron ante un grupo de guerreros, unos jóvenes y otros experimentados cacataibo, mostrando su voluntad de unirse y decirle al mundo: no más muertes. El discurso de varios de los líderes fue encendido, duro, dolido, expresando por momentos rencor y cólera.
“Estamos por celebrar el bicentenario, nos dicen. ¿Doscientos años de qué? Son 200 años de atraso y olvido. Estamos acá para defender las tierras que antes defendieron nuestros padres. La conquista fue un intento de exterminio, pero acá seguimos resistiendo. Esta es una lucha de años y no van a doblegarnos”, el discurso del primer orador de la reunión sacudió el local de la comunidad nativa de Yamino, en pleno territorio Cacataibo.
Herlin Odicio, líder de Fenacoca, a su turno señaló a la audiencia que si bien ahora los medios periodísticos nacionales y del extranjero han mostrado el problema, la vida de los cacataibo sigue siendo dura y peligrosa. “Por reclamar mis derechos, los derechos de mis hermanos, tengo que vivir escondiéndome, no por ser delincuente, no por robar. Ya no podemos caminar con libertad por nuestras tierras, en todo sitio nos hablan de coca, de narcos, de pistas... Ya no podemos caminar por nuestros territorios; caminamos apenas un kilómetro y ya vemos colonos. El visitante es el que nos ordena ahora. ¿A dónde hemos llegado hermanos?, preguntó con energía a la audiencia.
“Justicia indígena. No nos queda otra. El Estado no nos hace caso. No hay resultados. Pero ahora la lucha va a continuar. Si por denunciar nos asesinan, sangre tendrá que haber”, sentenció Odicio.
A su turno, el presidente de ORAU, Berlin Diques, indicó “Cuando los indígenas empezamos a usar flechas es porque estamos ya reaccionando. Esto no es aislado, es en todos lados. Nosotros hemos permitido que esto pase por no reaccionar antes. Yo solo vengo a decirles dos cosas: Unidad y más fuertes que el acero.”
“Es momento de reaccionar”, recalcó Diques.
“Vamos a limpiar nuestras comunidades. Que sepan que, si quiere, el Estado que venga a invertir en el desarrollo y pacificación de las comunidades, no queremos otra cosa. Pero eso sí, no vamos a bajar la guardia. Nuestra casa se respeta. Estamos preparados para defendernos, ya no vamos a permitir más muertes”.
“Recordemos a Juan Santos Atahualpa. El pueblo cacataibo es uno. Hemos resistido a Sendero Luminoso y al MRTA. El fujimorismo no nos defendió y no nos reconoció la lucha que hicimos. Debemos seguir organizándonos, el país no nos va a defender. Es momento, hermanos, de que apliquen sus leyes internas No estamos en contra de los colonos, pero sí de los invasores que no nos respetan. La situación es muy complicada. Hay que hacer vigilancia de nuestros territorios. Al Estado le repito, debería haber inversión en desarrollo. No en cosas ilegales”.
Mientras hablaban los líderes, en una mesa contigua se iban juntando flechas. Apuntándolas con energía, Diques insistió:
“Tenemos nuestras hermosas herramientas, tenemos nuestros conocimientos, usémoslos para seguir resistiendo. Resistimos el COVID y a tantas enfermedades. Ahora hay que unirse. Hay problemas internos y pugnas pero es hora de organizarnos. ¿Acaso queremos más viudas? ¿Más huérfanos? Si no nos organizamos nos van a exterminar. No acepten más colonos en sus tierras o acepten con reglas claras. Los papeles no nos protegen. Se requieren acciones concretas. Unidad y fuerza. Más que el acero.”
Otro líder cacataibo tomó la palabra empuñando sus armas.
“Cuando se hace un desalojo de los invasores, nos denuncian por secuestro y agresión. Primero vinieron mansitos (los colonos) a pedir por favor, y ahora nos quieren botar de nuestras propias tierras. Nos hemos cansado de estar rogando por nuestros derechos. Puro diálogo. Puros papeles. Esta es una primera muestra. La siguiente reunión vamos a ir al lugar de los hechos. Nosotros somos cientos. Hay que demostrar que nos vamos a hacer respetar. Asesinar es un delito, pero no vamos a dejar que nos sigan matando”.
Con los ánimos encendidos, ORAU convocó a los líderes presentes de diversas comunidades y les hizo entrega de un presente. Un símbolo de lucha y un llamado a la acción: 500 flechas, hechas una a una a mano, para armar a los guerreros cacataibo. Dos guerreros asháninka que acompañaban la comitiva, cuyos apelativos eran Mudo y Tripa, hacían guardia alrededor del local de Yamino. Ambos, pintados con achiote y vistiendo su cushma tradicional, portaban sus flechas demostrando que este ya no seguirá siendo un pleito solamente de los cacataibo.
Armas en las manos, entregadas a los cacataibo, el grupo se dirigió al bosque, por unos instantes a ensayar su estrategia, a demostrar a las familias que los acompañaban, que esta vez, la cosa iba en serio.
MILITARIZACIÓN Y RESPUESTA
Los proyectos de ley aprobados por el Congreso a inicios de mayo, con los que buscan brindar reconocimiento y armas a los ciudadanos organizados, es un riesgo real de exacerbar aún más los ánimos locales, como han señalado colectivos como el Pacto por la Amazonía, la Iniciativa Interreligiosa por los Bosques y diversos especialistas. El control que se supone va a imponer el Estado sobre el Sistema de Seguridad Ciudadana, avalando y armando a los comités en los diversos caseríos y comunidades, dando incluso la facultad para que los privados puedan dotar de armas a estos grupos es, por ser mesurado, algo descabellado.
¿Qué asegura que los narcos, ocultos tras la cortina de la legalidad y el blanqueo de bienes, no armen a grupos de colonos invasores, para defender sus cultivos de los indígenas, legítimos dueños de la tierra? En la sierra, ¿los intereses mineros serán defendidos a punta de balas por los propios comuneros interesados en mantener sus empresas locales, dependientes de las empresas? Y en la costa, ¿los bosques seguirán siendo diezmados e invadidos, mientras huestes armadas, apadrinadas por traficantes o políticos locales, demandarán la propiedad de tierras, patrimonio de la nación?
En Atalaya, Cleofas Quintori, líder de URPIA, ha sido enfático en que, ante la pasividad de las fuerzas del orden para defender los derechos de las comunidades, usarán las mismas tácticas que emplearon contra Sendero Luminoso en los tiempos de la subversión. "Derraman sangre de los indígenas, no les importa nuestra vida, igual haremos nosotros", ha dicho.
En el Ene, Pedro Valerio de CARE, y en el Tambo, Fabian Antunez de CART han pedido en numerosas oportunidades que la estrategia del Estado cambie y a pesar de las mejores prácticas que está implementando DEVIDA en dicha zona, el panorama del combate del narcotráfico no es para nada esperanzador. Catorce años de militarización del VRAEM, no han servido prácticamente para nada. En Ucayali y Loreto, líderes indígenas denuncian el riesgo de ser asesinados ante el crecimiento de esta lacra que, hasta hace poco, apenas aparecía en algunas notas de la prensa local.
500 flechas están listas en Padre Abad y más flechas y retrocargas se alistan en las comunidades más golpeadas por el narcotráfico y el narcoterrorismo. La ley aprobada por el Congreso apunta solo a generar enfrentamientos locales; un apoyo tácito a que sobreviva el más fuerte.
La reunión de Pucallpa del 13 de mayo marcó un hito para los indígenas de Ucayali. Los resultados de la reunión aún son imprecisos, poco tangibles. ¿Alcanzará la buena voluntad del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, así como del resto del Ejecutivo, para detener este inminente fratricidio? Esperemos que el Mecanismo Intersectorial de Protección funcione y que el sentido común vuelva al Congreso, para que deje de aprobar leyes en contra de la Amazonía.
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