La implementación de la política de salud intercultural sigue siendo una meta pendiente del Ministerio de Salud. Con esa carencia, de nuevo, enfrentaremos la segunda ola de la COVID 19 en el país. Purús de nuevo es un buen ejemplo de cómo andamos en la selva.
En los últimos meses, hemos escuchado con mucha frecuencia lo malo que es nuestro sistema de salud. ¿Novedad? No lo era. Nunca lo fue. La precariedad de nuestro sistema de salud, refleja de buena forma las debilidades de nuestro Estado.
Pero si en las ciudades las carencias son patentes, en las áreas rurales del país la situación es crítica. Aun cuando la pandemia no tuvo el brutal efecto que se dio en las urbes como Lima, Pucallpa, Iquitos o Arequipa, la COVID 19 se ha sumado a la lista de males y tragedias que diariamente enfrenta la población que vive en el campo.
Nuevamente, haré referencia a Purús, una de las zonas más aisladas del país y que, como muchas otras, tiene una larga lista de pendientes. Purús es una zona mayoritariamente indígena, donde habitan principalmente los pueblos Huni Kuin, Madija, Culina, Sharanahua y Mastanahua. Hace poco, la cuenca volvió a concitar la atención del Estado, por la trágica muerte de varios indígenas en contacto inicial, y seguramente lo será de nuevo, por el éxodo que estas muertes están causando.
En la capital de la Provincia de Purús, Puerto Esperanza, se halla el centro de salud del mismo nombre, sede de la micro red de salud, que articula los esfuerzos de 7 puestos ubicados en comunidades alejadas de la capital. Cuenta con dos médicos, obstetra, enfermeros, incluso con un analista clínico. El centro cuenta con una limitada capacidad de hospitalización, no dispone de áreas para cirugía y en general, aunque la infraestructura se vea bien, carece de lo que la población de Purús requiere. Hay que tomar en cuenta que Purús solo tiene acceso aéreo hacia Pucallpa y que los vuelos no son continuos, por lo que la evacuación de pacientes graves es muchas veces muy complicada.
Sin embargo, los principales problemas no están ahí. Las quejas de la población local respecto a la mala calidad de la atención, los actos discriminatorios del personal, el maltrato hacia los indígenas, la ausencia del personal médico, por mencionar solo algunos puntos, son reclamos que se escuchan desde hace años en Puerto Esperanza.
La situación de pandemia en Purús mostró otras falencias. En los momentos en los que aparecieron los primeros casos de la COVID 19, el responsable del Centro de Salud no tuvo mejor idea que cerrar el establecimiento por el miedo a contagiarse, dejando en total abandono a la población. Solo la presión de la Red de Salud de Coronel Portillo y de la propia población logró que se reanuden los servicios.
La micro red de salud tiene a los equipos de atención integral de salud a poblaciones excluidas y dispersas (brigadas AISPED). Con ellos se visitan periódicamente a las comunidades. Mientras la atención médica llega, los enfermeros que atienden en los puestos de salud tratan de lidiar con las dolencias de la población. En la práctica, un médico visita una comunidad cada 4 meses por escasos días, a veces horas, llevando apenas los insumos necesarios para una atención primaria. Sin embargo, se supone que el personal de salud acude con rapidez si se detecta una situación de urgencia o emergencia.
La versión que recibimos en campo es que cada vez que se le comunica al personal del centro de salud que hay una emergencia en alguna comunidad, como ocurrió hace unos días en la Comunidad Nativa Miguel Grau, son los pobladores los que deben ir a Puerto Esperanza. En Purús, cada traslado significa horas de navegación: navegar bajo el sol o la lluvia, para un paciente en medio de una emergencia médica, es un dolor adicional y un mayor riesgo para su salud. Adicionalmente, la población indígena no cuenta con los medios económicos para comprar el combustible que requieren los botes. Para colmo de males, como atestiguan indígenas de las comunidades y pobladores de Puerto Esperanza, si los pacientes no llegan en “horario de atención”, el personal del centro de salud no los quiere atender. Estos hechos fueron corroborados por personal de la Municipalidad de Purús.
El 1 de diciembre dos pacientes de la comunidad nativa Bufeo tuvieron que regresarse a su comunidad, a 40 minutos en bote de Puerto Esperanza, ya que llegaron fuera del horario de atención. El gasto, el riesgo para los pacientes, pero sobre todo la indiferencia del personal del centro de salud es inaceptable. Estas historias, que pueden parecer irreales, son parte del padecer diario de la población de Purús.
Las quejas de la población local respecto a la mala calidad de la atención, los actos discriminatorios del personal, el maltrato hacia los indígenas, la ausencia del personal médico, por mencionar solo algunos puntos, son reclamos que se escuchan desde hace años en Puerto Esperanza.
En su descargo, el personal de salud de Purús indica que no disponen de los medios necesarios, que el combustible es escaso, que el personal no alcanza a cubrir la zona, que la carencia de medios de comunicación (teléfonos, celulares, internet, radiofonía) hace que la información sobre los casos que se presentan en las comunidades sea escasa o nula, por lo que no tienen forma de mejorar la atención. Que atienden en tres turnos, o sea, 24 horas.
También hablan de las enormes dificultades para hacerse entender con los indígenas. Sobre ellos señalan que “son tercos, no entienden, todo quieren que se cure rápido y eso no se puede”. “A veces, cuando un medicamento se aplica y demora un tiempo en hacer efecto, piensan inmediatamente que lo que tienen es brujería, y se llevan al paciente sin que cumpla el proceso. Luego regresan peor y solo nos queda evacuarlos”, señala el personal. Y es que el personal de salud, en el mejor de los casos, no logra conectar con su público usuario, entender sus carencias y brindarles el servicio que les corresponde como ciudadanos.
En Purús, como en varias partes de la Amazonía peruana, existen promotores de salud indígenas. Consultamos en campo con dos de ellos y nos contaron que hace mucho tiempo que no reciben capacitación. Ninguno de los promotores de salud cuenta siquiera con equipamiento o medicinas básicas para orientar a la población o siquiera pastillas para atender una fiebre alta.
Como en Pucallpa con el Comando Matico, los esfuerzos de articulación entre los agentes comunitarios de salud y el sistema de salud formal son casi nulos, y dependen de la buena voluntad de los funcionarios de turno. A pesar de la existencia de una Política Nacional de Salud Intercultural, poco, poquísimo se ha avanzado en incorporar el conocimiento indígena en los sistemas de salud o siquiera en reconocer y poner el valor el enorme potencial de la participación indígena en la solución de los problemas sanitarios que Purús ejemplifica.
Un pequeño hospital se construye en Purús. Cuando se acabe su implementación de equipos y personal, es poco probable que los problemas hallen solución.
¿Algo garantizará que los médicos tengan la capacidad para aplicar lo que las políticas sectoriales demandan?
¿Una mejor infraestructura ayudará a que los enfermos puedan llegar “en horario de atención” al nuevo nosocomio?
¿Confiarán los indígenas en un sistema que nos les habla en su idioma, que desconoce su idiosincrasia o que solamente la mira desde el prejuicio?
Quizá, lo que me dice mi amigo Amancio, morador desde hace décadas en Puerto Esperanza, sea lo más sabio en este contexto: “Amigo, no vale ponerse mal en Esperanza… mejor no te enfermes en Purús...”