Cristina y su equipo ya duermen sus 8 horas. Blanca corre un poco menos agitada cada día. Shimpu hace semanas que ha regresado al arte y está pintando sus murales embelleciendo las calles de Pucallpa. A pesar de las mascarillas y un poco menos de movimiento en los restaurantes y cafés, parece que todo ha vuelto a la normalidad. La pandemia parece ser una pesadilla por acabarse, al menos para el ciudadano de a pie.
Y, ¿la segunda ola? Pocas personas parecen creer en ella. Pero, solo por si llega… ¿Estamos preparados para ella?
Cristina Bejarano estuvo al pie del cañón por meses, liderando los equipos las brigadas móviles en salud que asisten a la población indígena en diversas partes de Ucayali. Los días le resultaban siempre cortos, aún más en mayo y junio, en los que la pandemia arrasaba en casi toda la región. “Todos los días, desde las 5 de la mañana el equipo de la red de salud venía coordinando con el personal de salud de los diferentes establecimientos de salud para que sus requerimientos sean atendidos. Todos los presupuestos fueron modificados para atender y cuidar de los cuidadores (ese era el lema de mi director). Ya a las 8 de la mañana, reunión con el equipo y cada uno tenía funciones específicas. La mía también era brindar asistencia técnica a los gobiernos locales, con los que estábamos coordinando el envío de materiales, peleando por cupos para el traslado de materiales, personal y equipos de soporte para los establecimientos de salud. Estábamos todos atentos a todo lo que había. Vimos con preocupación cómo caían los colegas, los compañeros, pero, aun así, cada día, casi sin descanso, estábamos cumpliendo nuestra labor”. El testimonio de Cristina, parte de personal de la Red de Salud de Coronel Portillo, relata apenas una de las vivencias de los cientos de profesionales de la salud que se fajaron en este febril contexto. “Ahora estamos preocupados con el dengue, la gente habla del covidengue, y no es para menos. Luego de que la COVID nos castigara, el dengue vino para darle un nuevo golpe a la población… El personal de salud está cansado y muchos de los compañeros lo han dado todo. Sin embargo, la gente está bajando la guardia… eso nos preocupa”.
Pero las vivencias de Cristina van más allá. “El miedo a contagiarme y llevar la enfermedad a mi casa, a mis familiares, a mi hija, era enorme. Mis familiares me reclamaban por eso. Que por qué tenía que ser yo la que saliera a atender las comunidades si era “coordinadora”. La realidad es que el sector había colapsado y no contábamos con más recursos humanos, de los coordinadores solo quedábamos dos: uno que veía por la disponibilidad de equipos de protección para los equipos de salud y yo, que llevo estrategias transversales. Así que tuve que fajarme en coraje y liderar el equipo que fue de comunidad en comunidad para atender los casos que se venían presentando. Despedirme de mis padres y mi hija me dejaba un nudo en la garganta, porque no sabía si volvería caminando o en una camilla. Ese era mi mayor temor".
Blanca Izquierdo es el motor inquieto y afilado de “La Voz Ucayalina”, un joven medio de comunicación que desde hace meses se viene posicionando en las redes sociales y acaparando cada vez mayores lectores de la región y fuera de ella. Decir que la rutina de Blanca y la de su compañero de correrías, el fotógrafo Santiago Romaní, era muy intensa, podría quedar corto.
Ella recuerda con claridad el estado de alerta constante de esas duras semanas de mayo y junio, las carreras a diario para cubrir las notas, el descubrimiento cotidiano de cuerpos en las calles, el horror de las muertes de aquellos que no lograban siquiera ingresar al hospital. “El caso de la mujer muerta, que agonizó en una fila de motocars sin poder ingresar al Hospital de Yarinacocha fue chocante. Creo que ahí nos dimos cuenta de la impotencia, del dolor, de la cara más dura de la pandemia”.
Alexander Shimpukat, Shimpu para los amigos, es uno de los héroes indígenas locales. Él, junto con todos sus compañeros del Comando Matico, pasaron meses salvando vidas con su bondad, entrega y conocimiento tradicional, el que desplegaron de manera voluntaria desde casi el inicio de la pandemia en Ucayali. De hecho, el ejemplo del Comando Matico fue replicado e imitado en varias otras zonas y hace poco fue premiado por una operadora de telecomunicaciones.
Los relatos de los miembros del Comando Matico son de antología. Luego de recuperarse él mismo del COVID, Shimpu no pudo quedarse inmóvil, viendo como la enfermedad se expandía entre su familia, sus amigos, entre su gente. Reunido con los voluntarios del Comando, estuvieron moviéndose en las madrugadas llevando balones de oxígeno a gente en plena crisis respiratoria, enviando cargamentos de matico a sus hermanos y parientes en la comunidad de Cantagallo en Lima, multiplicándose en las atenciones a los indígenas de los pueblos jóvenes y asentamientos de la periferia de Pucallpa, dando recomendaciones para la atención casera de los casos en la radio. La puesta en valor del conocimiento tradicional fue la respuesta fuerte ante la debilidad de nuestros sistemas de salud. Y como pasa con los héroes civiles del Perú, sin recibir prácticamente ningún apoyo formal de las autoridades regionales, más bien su escepticismo, minimizando su labor.
“Ahora ya no tenemos casi pacientes, pero nos estamos preparando. Queremos crecer y ser una institución que permanezca más allá de la pandemia, que haga que la medicina occidental se una a nuestros conocimientos tradicionales. Que la gente adulta recuerde sus plantas y las vuelva a usar, que los jóvenes aprendan lo que los abuelos enseñaban, lo que los sabios de nuestro pueblo saben para que no lo olviden.” Las reflexiones de Shimpu tienen una mirada de esperanza en medio de la tragedia sanitaria que se ha llevado consigo a casi 200 shipibos. “Pero hay gente que cree que esto ya ha pasado, que no hacen caso. Muchos murieron porque se sentían ya fuertes, se bañaron con agua fría, salieron a celebrar, y al descuidarse, murieron al día siguiente”.
Al momento, los servicios de emergencia como el Comando Humanitario, encargado del recojo de cadáveres, ha sido desactivado ya que el número de fallecidos sospechosos por COVID se redujo de casi 60 por día hasta apenas 4 o 5 casos diarios. Las colas de pacientes sospechosos de COVID en el hospital de Yarinacocha, en el hospital de la seguridad social y los centros de atención extraordinaria han desaparecido y los hospitales de campaña montados en varios puntos de la capital ucayalina están ahora sin pacientes. Los presupuestos de emergencia para el COVID asignados a las regiones han sido preparados para ser invertidos hasta diciembre del 2020 y aún quedan algunas partidas por invertir, pero destinadas a necesidades que en este momento no existen, como por ejemplo movilización fluvial de los equipos de emergencia. Esto, aparentemente, ya no es necesario en este momento. Los médicos comentan que la primera tormenta ya pasó.
Pero nos repetimos la pregunta: ¿habrá una segunda ola? El caso de Manaos, en Brasil, que según algunos estudios alcanzó un nivel de contagio de casi el 52% de su población hizo surgir la esperanza de que la segunda ola no llegaría a suceder. Efectivamente, lo que se pensaba hasta ese momento es que la inmunidad de rebaño, es decir, la inmunidad de una población ante una enfermedad al no haber prácticamente nuevos individuos propensos a ser infectados, había conjurado la amenaza. Para agosto algunos calculaban que el 66% de la población se había contagiado. Lo inesperado es que tan solo unas semanas después, para finales de agosto, el conteo de personas con anticuerpos ante la COVID disminuyó a casi el 30%, por lo que algunas alarmas se encendieron. Efectivamente, para el 29 de septiembre, una semana después de la publicación de este hallazgo, Manaos registró más de 1600 nuevos casos, muy cerca de las cifras que se registraron en el primer pico de infecciones.
Según nos manifiesta Blanca Izquierdo, si se diera una segunda ola en Ucayali, los resultados podrían ser desastrosos. Recientemente, funcionarios de la DIRESA Ucayali han indicado que todo el presupuesto destinado a COVID se está redireccionando a combatir el dengue que, como ya hemos expresado, ataca sin piedad también a la población ucayalina. “Si hacemos una comparación entre los países del primer mundo y el Perú, como ellos están retomando estas medidas drásticas… y vemos como acá la gente piensa que ya vencimos al COVID, que la enfermedad ya desapareció… cómo bajamos la guardia… no quiero imaginarme si esa segunda ola llegara al Perú. Quizá con mayor contención, pero sería desastroso”.
Aun cuando las postas y servicios de salud rurales han aprendido a identificar la enfermedad y han desarrollado protocolos para la atención más oportuna, no se ha mejorado sustancialmente los medios para mejorar la atención de la población rural. “Aun nos hacen falta botes para llegar a las localidades alejadas”, señala Cristina Bejarano. En Ucayali, no está claro hasta cuándo se podrán mantener los llamados PIAS aéreos, es decir, la inversión en el alquiler de helicópteros para llegar a las localidades más aisladas de la región.
A nivel de la asistencia social para afrontar un potencial periodo de distanciamiento social obligatorio, no es secreto que los mecanismos de distribución de los bonos sociales no han mejorado. Es más, las denuncias respecto a delitos cibernéticos, con el robo sistemáticos de los bonos destinados a la población de mayor necesidad se ha reportado en numerosas localidades.
El panorama ante una segunda ola es incierto, pero ahora tenemos el tiempo y alguna experiencia para poder prepararnos ante lo que, siendo realistas, ya nos está advirtiendo la ciencia. Nunca antes fue tan necesario recordar que es mejor prevenir que lamentar