Ángel Pedro Valerio, mi ayompari y pinkatsari de CARE, nos cuenta cómo están las cosas en sus comunidades que enfrentan solas el COVID 19 en el indómito valle del Ene.
Por la tarde, Ángel llegó a Satipo desde Potsoteni, su comunidad, ubicada a orillas del río Ene. Unas horas en bote, otro rato caminando y luego en carro desde Puerto Ocopa hasta la ciudad. La ruta siempre es hermosa, mirando la cordillera desde el río, donde está Otishi, el Parque Nacional y la Reserva Comunal Asháninka. Sin embargo, no hay belleza que lo distraiga. Es la misma ruta, la misma misión, el mismo mensaje.
Han pasado 4 meses desde el inicio de la emergencia sanitaria y la Central Asháninka de Río Ene, CARE, mantendrá aún las restricciones de tránsito por sus comunidades afiliadas. No habrá orden del Presidente, o de quien fuera, que contravenga esa decisión. Y es que, no hay otra salida. CARE decidió el cierre de sus comunidades apenas iniciada la emergencia sanitaria y ha logrado hasta el momento mantenerse aparentemente sin casos, aunque solo se hayan aplicado pruebas rápidas a los indígenas de una comunidad, ante la alarma de un posible caso y por pura presión de CARE.
Desde hace más de 120 días, Ángel y la CARE han pedido en todos los tonos y por todos los medios que el Estado, en Lima, Huancayo o Satipo, sedes del gobierno nacional, regional y provincial, atiendan con pruebas rápidas a los establecimientos de salud de la cuenca del Ene y que estos realicen las acciones de vigilancia epidemiológica. La información recibida es que las pruebas están en algunos centros de salud, en la parte alta de la cuenca, pero la red de salud no la distribuye ni aplica.
Lamentablemente, el valiosísimo tiempo que pudo usarse para fortalecer la red de salud se ha desperdiciado y hasta ahora ninguna de las 19 comunidades nativas y 33 anexos que forman CARE han recibido ningún tipo de soporte para lidiar con la pandemia.
A diferencia del Tambo, donde Fabián Antúnez, el Presidente de CART, nos contaba del apoyo recibido de DEVIDA para fortalecer la agricultura comercial, la piscicultura y la seguridad alimentaria, en el Ene los esfuerzos no han tenido el mismo éxito, a pesar del fuerte trabajo emprendido. Las otras organizaciones indígenas de la cuenca del Ene, OCAREP y FARE, enfrentan los mismos desafíos y sus emprendimientos productivos también se han paralizado con la pandemia, como nos comenta, Drill Bustamante de FARE.
La cuenca del río Ene ancestralmente estuvo ocupada por el pueblo asháninka, hasta que en los 80 sufrió la invasión de colonos andinos, convertidos prontamente en cocaleros, asimilados en senderistas y luego de nuevo en cocaleros, amparados por la pésima gestión de sucesivos proyectos y gobiernos.
El Ene se debate como siempre, entre ser un paraíso natural, con sus cascadas, montañas y leyendas o un infierno, lleno del veneno que durante décadas le arroja nuestra sociedad.
Las enormes dificultades de mantener sus tierras sin cocaleros, sin invasores, sin narcoterroristas demandan un esfuerzo constante. Los proyectos como el exitoso Kemito Ene, dedicado al cacao, apoyado por Rainforest Foundation UK, DEVIDA y otros cooperantes, son luces en un cielo que amenaza siempre con volverse mas oscuro. “Los narcos pararon un poco con la pandemia, pero ahora han vuelto… ya no pararán”, nos cuenta Ángel, preocupado. Por una temporada de apenas unos 3 meses la coca bajó de precio y ello motivó a que cientos de cocaleros retornaran a sus pueblos de origen, abandonando los campos. Esa oportunidad de continuar con la erradicación de cocales, con la detección de pistas y su destrucción también pasó.
Ahora los cocaleros están retornando, rompiendo el cierre de fronteras y poniendo en riesgo a las comunidades del sur del valle, más cercano a Cusco y Ayacucho. Quempiri, Catongo Quempiri, Quimaropitari, Tsirotiari, Yaviro, son algunas de las comunidades donde el riesgo aumenta, sin que se hayan tomado las medidas de prevención sanitaria necesarias.
La salud no es la única carencia crítica para los asháninka del Ene. Solo 5 comunidades tienen acceso, aunque bastante limitado, a señal celular o de radio, por ello, la mayoría de los niños de las comunidades no recibe los contenidos del programa “Aprendo en Casa” del Ministerio de Educación. Las emisoras radiales comerciales, ubicadas en las ciudades como Satipo, Mazamari o Pangoa, no tienen una señal tan potente y, como pasa en las zonas más alejadas del país, tampoco llega Radio Nacional.
Ángel cambia el tono de voz. “No se trata de que ahora con la pandemia recién nosotros reclamamos. Hace años venimos pidiendo, mostrando lo que pasa nuestro pueblo. Se lo decimos a la PCM, a los ministros, a todos los gobernantes. Y poco, casi nada ha cambiado.” La pandemia, como ocurre en todo el país, solo ha hecho más visibles, más crudas y sentidas las carencias de la población. Y si eres indígena, en una tierra tan amenazada por los peores elementos de nuestra sociedad, el reclamo ya no es solo por la tierra. Es por la vida misma.
Es hora de que Ángel vaya a descansar con su familia. Su esposa y sus 4 hijos lo esperan. Mañana sacarán un nuevo pronunciamiento, exigiendo de nuevo que se tomen las medidas para salvaguardar al pueblo asháninka, especialmente el del río Ene. Este es un nuevo momento de exigir por la salud, por la educación, por los servicios públicos, por la presencia del Estado. CART, CARE y las demás federaciones de la selva central elevan su voz una vez más. El abandono no es de hoy, es desde siempre.
Mariano Gagnon, el cura franciscano que vivió algunos de los momentos más duros del Ene, en medio de la insania terrorista, llamó a los asháninkas los “guerreros en el paraíso”. El Ene se debate como siempre, entre ser un paraíso natural, con sus cascadas, montañas y leyendas o un infierno, lleno del veneno que durante décadas le arroja nuestra sociedad.